Compraron una casa de pequeña construcción en el Midi para ella y su marido, situada en un terreno donde se alzaban las ruinas de un castillo medieval y de un monasterio cisterciense. Pero, decididos a impulsar siempre "lo último", pidieron a Mies van der Rohe la reforma del lugar. Al no poder cumplir éste con el encargo, fue Robert Mallet-Stevens, entonces un joven y elegante profesional especializado en decorados de película, quien hizo el trabajo. El resultado es una villa de un estilo similar al neoplasticista, dominando el mar, con un singular por no decir extraordinario jardín cubista concebido por Gabriel Guevrekian. De todo el conjunto arquitectónico, cuya claridad y racionalidad siguen los principios del estilo internacional, sobresalen dos cosas curiosas: la habitación exterior del dueño, más interesado, según se dice, en sus parterres que en su mujer, y unas habitaciones con un reloj idéntico en cada una para que los invitados fueran siempre puntuales a la cena, otra manía del propietario.
La vivienda fue inmortalizada en un filme de Man Ray que éste hizo sin demasiado interés. "Será un trabajo fácil y no cambiará en nada mi decisión de no volver a hacer películas", dijo el fotógrafo. Y sin embargo, Les mystères du château du dé se convirtió en una obra maestra del cine vanguardista y en el mejor reportaje sobre la villa de Hyères. El filme, de 1929, comienza con dos hombres con el rostro cubierto por medias de nylon (¡cuántas veces no se habrá copiado esta idea posteriormente!) que juegan a los dados para ver si partirán de viaje o no. En la villa había una piscina cubierta en la que Man Ray hace participar a los invitados, en atuendo deportivo o con albornoz, en ocasiones siguiendo con los rostros tapados y en la que filma a Marie Laure nadando. Si la villa y los atuendos proyectan el futuro, los rostros tapados convierten en fantasmas de un tiempo pasado a sus protagonistas. Las invenciones formales son espléndidas, como las reflejos del sol en las baldosas de las paredes, o como una ristra de cuadros filmados tan sólo por detrás, mostrando el reverso de sus bastidores.
John Richardson, al que le comenté que Picasso, según se decía, detestaba a la vizcondesa. "Bueno, yo sólo le oí decir: '¡Uff, he de ir a saludar a Marie Laure, que está allá detrás' en el transcurso de una corrida. Pero a mí me caía bien Marie Laure porque conocía perfectamente la literatura inglesa, porque leía el alemán muy bien; en fin, porque era una dama culta". Entonces John Richardson, cuyas dotes imitativas son espléndidas, imita la pitched voice de la mondaine: "Oh!, tous ces gens ce sont des collaborateurs", dice que decía Marie Laure, en una ocasión en que la vio después de la guerra. "No quita que ella abría botellas de champaña donde se leía: 'Pour la Gestapo' y se quedaba tan ancha", añadió John.
Marie Laure fue la amante, en la posguerra, del pintor canario Óscar Domínguez, con quien tuvo una tormentosa relación. También pintó y que hizo, como su amiga Dora Maar, esmaltes en el taller de Maud Domínguez, amiga de ambas. Algunos de sus cuadros son más que correctos, en una vena surrealista, y llegará el día en que la veremos incluso recuperada para la historia del arte, como tantas otras mujeres a quienes no se las trató más que como figuras mundanas o consortes de sus famosos maridos. Marie Laure encarna lo peor del esnobismo pero también un momento en que existía pasión por el arte, por descubrir lo más nuevo y por apoyar, financieramente y con gran generosidad, a los talentos. ¿Dónde están, hoy en día, estos mecenas?
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