Impresionista a los 16 años, fauvista a los 19 y cubista a los 24, al final este iconoclasta encontró su voz como forajido, un terrorista que acabaría encontrando en el dadaísmo su libertad y la forma de reírse de todo y de todos, incluido él mismo. Este movimiento, condenado a su autodestrucción, trataría por todos los medios (sobre todo con ironía, absurdo y mala hostia) acabar con el arte narcotizado de las instituciones.
¿Talento…? ¿Preparación…? ¿Tradición…? ¿Para que…? Duchamp se olió que la pintura estaba muerta, pudriéndose en los museos/mausoleos, y descubrió la belleza en lo coyuntural, lo fugaz y lo superficial (algo que desgraciadamente es lo que prima en estos días). Pintando bigotes a la Gioconda descubrió que quizás estaba mejorando al original. Exponiendo un urinario en un museo abrió la caja de Pandora de catástrofes que hoy pueblan los museos de medio mundo, desde latas de mierda a aire de artista.
En 1914, Duchamp crea los ready mades, objetos cotidianos separados de su entorno habitual y presentados por el artista como obras de arte. A partir de entonces el arte ya no se veía con los ojos, sino con la mente. Resultó que la belleza podía estar en otros sitios… También creó otras formas de arte hoy institucionalizadas: instalaciones, museos portátiles, performances, happenings…
Ajedrecista, asesor de Peggy Guggenheim, alter-ego de Rrose Sélavy, precursor del arte conceptual, el Pop, el situacionismo y la post modernidad al completo, nunca abandonó el mundo del arte de todo (aunque acabó repudiándolo). Tampoco se apagó jamás su legendario sentido del humor.…
La lápida de su tumba dice: «Por lo demás, siempre mueren los otros».
No hay comentarios:
Publicar un comentario